lunes, 11 de noviembre de 2013

Parece que fue ayer

Parece que fue ayer
Quiero dedicar este relato a todas aquellas personas que además de mantener una relación BDSM, tienen hijos, sé perfectamente lo complicado que es vivir con críos y ser sádico y/o masoquista, y/o Dominante, y/o sumiso y andar siempre con la mosca tras la oreja, y ese tiento, y ese cuidado, y sí, también esa inquietud, ese miedo, va por todos vosotros este relato, a vuestra salud.

Acabo de abofetearte, te sujeto de la anilla central del collar y te miro a los ojos, y entonces ocurre algo que te aleja de mi mil kilómetros.

La puerta de la particular mazmorra que es nuestra habitación se ha abierto, y tú miras fijamente hacia allí; al principio no caigo hasta que escucho la voz de tu madre diciendo que nuestra hija es como tú, igualita a ti, cabezota y puñetera, entonces te suelto, y miro, y allí clavada, bajo el dintel está nuestra hija de 12 años, la sangre se me agolpa en las mejillas, y durante una eternidad no sé qué decir, qué hacer, la seguridad me abandona, y la cabeza se me llena de mil aterradoras preguntas; vuelvo a mirarte y al hacerlo meneo imperceptiblemente la cabeza, dándote permiso para retirarte; cubres tu cuerpo desnudo y marcado por las prácticas con un jersey y un pantalón, y sales descalza mientras le ofreces café a tu madre y te llevas de allí a nuestra hija.

Durante unos minutos no sé qué hacer, ¿habrá que explicarle?, ¿lo comprenderá?, ¿cambiará su manera de dirigirse a nosotros? La adrenalina corre loca por todo mi cuerpo, lleno los pulmones, retengo el aire y lo voy soltando muy suavemente, despacito, intentando contar hasta diez, ¿diez qué? Hasta las ovejas han cambiado, ahora sólo veo la cara de mi hija, su boca abierta, su mirada clavada en el cuerpo de su madre, de mi mujer, de mi perra; cómo puedo voy recobrando la serenidad, la seguridad, apago las velas cuya cera pensaba derramar sobre el cuerpo de mi esclava, miro la cubitera llena de hielo, y salgo de mi mazmorra

Cuándo llego al salón mi hija está sentada, mi suegra también, las dos madres y las dos hijas se miran en silencio; cuándo llego al salón mi esclava se vuelve, me mira, aún lleva puesto el collar de perra, la sujeto por la anilla central, la atraigo hacia mi, y le beso los labios, es un beso suave, tierno, un beso que dice "no te preocupes, déjamelo a mi".

Cuándo nos separamos ella se va a hacer café, su madre anuncia su marcha con un "yo estoy aquí de sobra" y acto seguido se marcha con la velocidad que da la experiencia de vida, mi hija me mira a los ojos, viene hacia mi, y centra su mirada en mi pupila, no dice nada, su silencio es tajante, , duro, pero no echa nada en cara, y entonces sonríe, y me abraza, y cuándo llega su madre también la abraza, durante unos minutos estamos los tres abrazados, luego se retira, se va a su cuarto y hace lo que está acostumbrada a hacer, habla por teléfono; y en un momento determinado dice:

"¿Sabes qué he descubierto de mis padres?"

Mi mujer corre a su habitación, y le corta la comunicación, comienza a decirle que ella no tiene porque ir contando por ahí nada sobre nuestra intimidad, mi hija calla, el timbre suena, de nuevo mi suegra me mira desde otra puerta, me explica que estaba hablando con su nieta cuándo se ha cortado la comunicación, me mantiene la mirada y en ella veo una clara advertencia, sonrío, me doy la vuelta justo en el momento de recibir un beso de despedida de mi hija.

"Volveré el lunes después del colegio, siento la interrupción, bastante difícil lo tenéis durante la semana, adiós" - dice con una madurez apabullante.

Recuerdo aquél día como si hubiera sido ayer. Han pasado siete años, y hoy mi hija ha vuelto a casa con una sonrisa distinta, con una mirada distinta, con ella viene una chica de cuerpo espigado y frágil que lleva un collar al cuello y la mirada fija en sus talones...

Y entonces ha empezado a preguntarme, me ha dicho que ha estado leyendo cierto blog en el que se explica dónde sí se puede azotar y dónde no se debe azotar, me explica que ha conseguido unas varas, y mientras me las muestra hablamos de curarlas; es curioso, nunca he montado trenes con ella, ni jugado al fútbol, tampoco hemos tenido demasiada relación cuándo era pequeña, simplemente nuestros horarios de ocio no coincidían, pero hoy, hoy por aquello de que es sádica, cómo yo, y responsable, como su madre, quiere que le enseñe lo que sé, lo que llevo tantos años practicando, y aunque es mi hija, no viene a mi como hija, si no como sádica, cómo Ama, viene a beber de mi particular fuente, y aunque quiera evitarlo, no puedo por más que lo intento ver a mi hija en ella, a aquella niña pequeña que comenzaba a hablar y a preguntar todos los porqués que se le venían a la cabeza...

Es curioso como pasa la vida, parece que fue ayer

Un saludo

Karl H

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