domingo, 9 de junio de 2013

Vacaciones de verano

Vacaciones de verano


Por fin llega el verano, ya era hora, después de un otoño e invierno pasados por agua, viento, y nieve llega el estío; pienso en la playa, y sonrío al recordar las vacaciones del año anterior, iban a ser aburridas, insolitas por la soledad del disfrute, o quizá porqué me empeñé en disfrutar mi recién adquirida soltería y soledad.

El día antes de comenzar oficialmente las vacaciones, salí de la ciudad, de la casa que habito, camino de una playa pequeña, allá en el litoral andaluz, de un pueblo pequeño, de casas blancas y clima tropical, al menos así lo recordaba de mi niñez; cuándo llegué comprobé que el tiempo no pasa en vano, las casitas blancas que en otro tiempo salpicaban las laderas de las montañas, aquí y allá, habían sido cercadas por descomunales hoteles, la pequeña playa había crecido, y la soledad que iba buscando disfrutar estaría rodeada en todo momento por un gentío gritón y bullicioso.

La vi el segundo día que pasé en la playa, noté que había llorado, la miré hasta hacerla mirarme de manera reprobadora, no era guapa, no obstante tenía algo que me provocaba una cierta morbosa excitación; cerré los ojos, me relajé y esperé a que el sueño me venciera...

Un golpe me despertó, abri los ojos y contemplé la pelota de goma, y al pequeño ser humano que con sonrojados mofletes embadurnados en crema me miraba con temor, tras él, los verdes ojos de aquella morbosa mujer que musitó una disculpa antes de agacharse a recoger la pelota y entregársela al niño; no dije nada, ni hice gesto alguno, volví a cerrar los ojos parar intentar seguir durmiendo, pero ya era imposible, no conseguía sacarme el mismo pensamiento del entrecejo, así que opté por recoger mis cosas y abandonar la playa.

Volví a encontrármela en el supermercado, nuestras miradas se encontraron un segundo, después cada cuál siguió su camino, y de nuevo me la topé mientras caminaba por el paseo marítimo por la noche, entonces iba sola, paseaba con la mirada perdida, memoricé su cuerpo, sus pies, sus tobillos, sus gemelos, sus muslos, el vaporoso y corto vestido que llevaba más que cubrir su desnudez, la hacía más patente. Hizo un gesto de frío que aproveché para ponerle mi chaqueta sobre los hombros, no dijo nada, tampoco hacía falta. Buscamos la intimidad de una habitación y nos dejamos llevar...

Sonrío al recordar el verano anterior, miro sus muslos, lleva la falda sobre las nalgas, las piernas relativamente abiertas, una blusa que deja entrever las últimas marcas de mis azotes en sus senos, en su vientre, en MI cuerpo.

Me mira y sonríe, este verano su sobrino no veranéa con ella, este verano veranéa conmigo, claro que, nunca será lo mismo que el verano pasado, cuándo descubrí su masoquismo, cuándo descubrí su sumisión, cuándo descubrí mi sadismo, y ella, en vez de asustarse o salir corriendo, lo premió con una sonrisa; desde entonces no ha vuelto a llorar por angustia, cierto que lo ha hecho, pero sólo cuándo me ha apetecido ver su morbosa cara angelicar surcada por MIS lágrimas...

Este verano las cosas serán distintas, tan distintas que maldeciremos la hora de volver al hogar que habitamos, o quizá no, quizá nos alegremos de volver para tener a nuestra entera disposiicón la pequeña mazmorra dónde no consigo saciar esa morbosa excitación que provoca en mi.

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